15 de julio de 2015

Cosquín Rock 2015: La riqueza de este viaje...

      

¿Por qué elegí titular esta nota con ese nombre? Quizás porque traje muchas buenas experiencias de ahí. Quizás porque fue un viaje inolvidable, de esos que te dan ganas de repetir (y ojalá así sea el año que viene) o porque pude terminar de entender lo que es el rock y, más aún, lo que es sentirlo en el alma. ¿No será una combinación de todas esas? Sí, seguramente sí, pero no estoy acá para debatir eso, sino para transmitirles lo lindo que es ser parte de Cosquín Rock y, más aún, siendo la primera vez.
Cuando mi compañera de trabajo (y ahora amiga) Vanesa me propuso ir, no lo dudé un segundo. Las ganas estaban desde que se publicaron las fechas y las bandas. Pero, como ya me pasó alguna vez, no tenía un adepto que me siguiera. Y claro, los costos del viaje no son los mismos que para cualquier otro recital y más teniendo en cuenta que yo quería ir los tres días. No me conformaba con uno solo. Por eso, cuando leí su propuesta por whatsapp, no lo pensé. Decidirlo no fue fácil, había que hacer cálculos, buscar empresa para viajar, determinar si íbamos todo el festival o no (contratiempos y contradicciones de dos capricornianas de sangre y alma), abaratar costos, pensar cómo íbamos a sobrevivir, no sólo por cuestiones económicas sino porque ninguna de las dos había hecho un viaje así antes o, por lo menos, lejos de las familias. Llegó un punto en que dejamos de pensar tanto y decidimos obrar. Si no actuábamos no íbamos a ir, lo único que pusimos en la balanza fueron nuestras ganas…y bueno, unos pesitos también, varios.
Lo particular para mí fue que nuestro hospedaje era en un campamento. Nunca antes había dormido en carpa (salvo en una excursión estudiantil, pero no cuenta) y no soy muy amante de éste tipo de cosas. Pero, “¿quién te quita lo bailado?”, dicen…así que dejé de lado todo aquello que no me gustaba, lo cual fue todo un logro para mí. Y para mi amiga también, varias veces y hasta el día de hoy me repitió frases como: “No te tenía así. Pensé que no ibas a aguantar dormir en carpa, pero te la bancaste y hasta descansaste más que yo.”

Si no actuábamos, no íbamos a ir. Lo único que pusimos en la balanza fueron nuestras ganas.
Conocimos muchas personas, entre ellas, unas chicas con las que formamos el típico grupo de amigas de viaje, Araceli, Érica y Evelyn que, casualmente viajaban en el micro con nosotras pero no las habíamos notado.
Después de superar mi prueba de armar una carpa, nos sentamos a almorzar, a acomodar nuestras cosas, a preparar unos fernet. No hace falta que aclare que lo tomamos como se toma el mate, ¿no? Que se comparte de esa misma forma…No faltaba la música, rock y más rock, anécdotas de cada canción, a qué o a quién nos hacía recordar, cómo conocimos a cada banda, cuál nos gusta más, menos, en fin, todo ese tipo de conversación infaltable.
A las 3 de la tarde nos llevaban al predio, el Aeródromo de Santa María de Punilla. El micro nos dejaba a 10 cuadras aproximadamente, después teníamos que ir caminando. Es un ritual, una práctica que sólo aquel que disfruta del rock tanto como nosotros lo puede entender. Es caminar y disfrutar cada paso, hablar con gente que jamás en tu vida viste pero que justo en ese momento parece de tu familia. Es ir con una botella de Coca-Cola, fernet, cerveza, agua (es cierto que alcohol no faltó ni un solo día, pero puedo asegurar que nadie estuvo en estado de ebriedad. Tomarlo es parte de esta cultura que nos representa). Es ir y sentir los 35° de calor en todo tu cuerpo pero que no te importe en lo más mínimo. Es ir pensando que estás yendo a disfrutar de un recital tras otro y tener, como los llamo yo, esas terapias tan únicas. Los recitales para mí son eso, son la mejor terapia que puedo tener, la desconexión que me producen del mundo es impagable. Relajación y exaltación son dos sensaciones que tengo en un mismo momento cada vez que salgo de uno.
CR15 es un ritual que sólo aquel que disfruta del rock tanto como nosotros lo puede entender.
Cuando llegabas, el predio todavía estaba cerrado, así que lo mejor que podíamos hacer era formar, otra vez, grupitos y sentarnos en el pasto, conversando, riéndonos…a esperar.
Una vez abierto, teníamos unas 4 cuadras de distancia aproximadamente hasta llegar al aeródromo. Al principio eran cuadras como cualquier otra, pero después de pasar un pequeño puentecito, aparecían los lindos paisajes. El Río Cosquín nos rodeaba, por donde miremos, ahí estaba. La tranquilidad que se sentía nos obligaba a quedarnos ahí un rato y hasta disfrutar de esa agua tan pura, de la que nosotros los porteños vamos perdiendo la costumbre.

Día 1: “Se armó la caravana y la noche recién empezó”

Las primeras horas las pasé recorriendo todo el lugar. Actividades había de sobra, desde un pequeño barsito hasta el famoso toro mecánico, camas elásticas, funciones de Fuerza Bruta, escenario virtuales. Lo más loco (y lo que no hice) fue la tirolesa. Funcionaba permanentemente. Aún en plenos recitales. De repente, mientras estabas en el medio del pogo, veías cómo alguien pasaba gritando o sacando fotos. Hubiera sido una sensación genial para mí de no ser por mi vértigo.
Personas de todas las edades colmaban el lugar. Jóvenes, niños, grupos de amigos, parejas, desde adolescentes hasta aquellas de 40 ó 50 años. Éstas últimas me provocaban cierta ternura, sobre todo en cada show, porque estaban ahí, juntos, disfrutando de la banda que tanto les gusta, tomados de la mano, cantándose al oído frases como:  “Otra vez me agarrás la mano antes de caer” o “Y entonces yo les comento que vos derrochás dulzura”. Y los veías después en el medio del pogo, como si fueran los mejores amigos. Eran de esas parejas en donde, aparentemente, el equilibrio y el amor existían. Y nada más lindo que poder compartir con una pareja la pasión por el rock, por alguna banda.
No faltaban los incondicionales, los que siguen a cada banda a donde van, cada gira, cada show, kilómetros y kilómetros de viaje. Ahí estaban, flameando los “trapos”, gritando cada canción, sus propios cantitos, delante de todo, copando el predio.
La Beriso, Babasónicos, Guasones, Auténticos Decadentes y Andrés Calamaro fueron algunas de los artistas que colmaron el escenario principal durante el primer día.
Estaban aquellos que veían a alguna banda por primera vez, que se asomaban medio tímidos a la multitud, que observaban todo, conociendo lo que es estar en un recital. Apenas cantando, quizás con más emoción las canciones más conocidas. Obviamente, a raíz de esto surgían pequeñas discusiones sobre los que se consideran con más derecho que otros por ser fanáticos y tildaban a los demás de “caretas”, pero ése es un tema sobre el que prefiero explayarme en otra nota.
Pequeñas diferencias, discusiones, molestias también se hicieron presentes, como en cualquier situación. Pero como escribí, eran “pequeñas” y para nada manchaba la alegría del ritual que vivíamos.
Y así pasaban las bandas. Desde el momento en que apareció La Beriso hasta el final no me fui del escenario principal. Siguieron Babasónicos, Guasones, la fiesta de los Auténticos Decadentes –fue pogo desde que empezó hasta que terminó, no pararon un segundo-. Y el gran final, él, mi querido Salmón. La multitud que había era enorme, desde donde estaba yo, sabía que para poder salir de ahí me esperaba un largo trayecto debido a la gran cantidad de público que convocó. Al llegar un poco más de la mitad del show, empezó a llover, cada vez con más fuerza, y eso no detuvo ni al público ni a Andrelo ni por un minuto. Totalmente mojados y cansados, pero con una sonrisa, así terminábamos nuestra primera experiencia.

Babasónicos, La Beriso, Andrés Calamaro y Guasones en el Día 1

Día 2: “Habrá que desempolvar el disfraz de valiente y salir a tropezar!”

La lluvia no paraba pero, tal como me decía mi amiga, dormí y muy bien, así que no me di cuenta hasta que abrí los ojos. Al principio era una lluvia leve pero poco a poco se acrecentaba. Nuestra carpa no era totalmente resistente y llegó un momento en que empezó a entrar agua. Mi primera experiencia en carpa y la cosa se ponía fea. Podría explicar detalle por detalle de cómo se fue dando todo, pero creo que puedo resumirlo diciendo que tuvimos que llevar casi toda nuestra ropa a un lavadero a que la sequen. Varias personas terminaron igual que nosotros, hasta las bolsas de dormir sufrieron las consecuencias. Corridas de acá para allá, trasladando bolsos y más bolsos. No recuerdo en mi vida haber estado tan mojada como ese día. Fue una situación bastante crítica y complicada. Hasta pensé en volverme, pero por suerte no lo hice. La situación desesperante me cegó pero no me dejé ganar, fue una suerte de pelea conmigo misma, ustedes entienden.
De hecho, la tormenta fue muy dura en casi toda la provincia cordobesa, dejó muchas víctimas e inundados. Nosotros estábamos a una cuadra y media del Río Cosquín, pudimos haber terminado muy mal. Lo que nos salvó fue que el campamento estaba en un lugar muy alto, impidiendo que el agua llegue.
El temporal fue una situación crítica y complicada. Hasta pensé en volverme.
Por este motivo, ese domingo se suspendieron todos los shows del festival, reprogramándolo para el martes 17. Esto complicaba la situación por el hecho de que había que decidir si nos quedábamos un día más o nos volvíamos el lunes, como estaba pautado. El problema para casi todos (y me arriesgaría a decir todos) fue que ese día iba a tocar Callejeros (actualmente conocidos como Don Osvaldo), y ninguno queríamos perdernos la chance de ver a la banda del Pato, esas emociones que sus recitales brindan, esa mezcla de sentimientos tan única.
Pasar un día más implicaba gastar más dinero con el que no todos contaban. Implicaba también perder un día de trabajo, un examen. Era asumir una responsabilidad que no estaba planeada. Sólo unos pocos se fueron antes del martes, con una angustia en sus caras y en sus almas. Y enojo también, muchos habían ido sólo para ver al Pato y no pudieron hacerlo.
El rock es una cultura. Es decir con cada canción lo que no podemos expresar con nuestras propias palabras.
Vuelvo a decir que, por suerte, la desesperación no me pudo ganar y decidí quedarme. En ese momento me di cuenta, o pude corroborar, lo que es el amor por una banda, por ésta banda. Ver las caras de tristeza de sólo pensar que no los íbamos a ver, o escucharlos a todos diciendo: “Aunque no tengamos la ropa o aunque esté mojada y nos congelemos por el frío, a Callejeros lo vemos igual.”, es la prueba exacta de lo que es la incondicionalidad. Todo esto da cuenta de que el rock es una cultura, en cada generación, desde los más chicos a los más grandes. Se transmite el amor por la música en cada familia, en el grupo de amigos, genera vínculos con aquellos que no conoces, se comparte, se disfruta, es decir con cada canción lo que no podemos expresar con nuestras propias palabras, sentirnos identificados con ellas como si fueran propias. Es un estilo de vida, un ritual.
Y así fue cómo el martes 17 pudimos cerrar nuestro tan esperado viaje con Callejeros, aplaudidos desde el principio a fin. Y con un recital que desbordó multitudes, un pogo como los que pocas veces había visto y un protagonismo único.

Don Osvaldo en el escenario temático, durante el cierre del festival

Día 3: “Y ya no creo, no creo en el azar! Nada más todo esto tenía que pasar”

Este día pasó a ser el segundo. El día era muy frío, como consecuencia del temporal. El abrigo puesto no era el suficiente y teníamos que hacernos la idea de que así sería todo hasta que nos fuéramos porque, como comenté antes, nos íbamos al predio muy temprano. Fue un día tranquilo después de un domingo difícil, los ánimos estaban calmados, todo estaba casi solucionado y algunos pocos aún tenían su ropa secándose al sol que, afortunadamente, salió desde la mañana. Pasamos una tarde de juegos, en el toro mecánico, la cama elástica, la larga fila para tener el pase para “Fuerza Bruta”, mientras esperábamos nos sentábamos en el pasto a jugar a las cartas. Fue una tarde más relajada, de amigas, fotos, charlas, risas. Hasta yo me había olvidado de lo que había pasado el día anterior, lo que significa mucho porque suelo quedar bastante traumada ante situaciones así. Pero nada podía preocuparme más ahí y en ese momento, sólo disfrutar.
El Bordo, Salta la Banca, Las Pelotas, Las Pastillas del Abuelo y Ciro y los Persas fueron las bandas protagonistas, al menos para mí, de ese día. Tampoco paré de cantar y saltar un segundo y el cansancio no se hacía sentir. Ciro era el más esperado esa noche, el más convocante y ¡con cuánta razón! Nos brindó un show de más de 3 horas, como acostumbra a hacer, entre chistes, comentarios, anécdotas y un repaso por toda su historia y su último trabajo.
El Bordo, Salta la Banca, Las Pelotas, Las Pastillas del Abuelo y Ciro y los Persas fueron las bandas protagonistas de ese día.
Terminamos llegando al campamento casi a las 5 de la mañana y teníamos que levantarnos a las 7.30 para irnos. Fue lo único que nos molestó de Ciro, que nos haya hecho dormir poco.
Con el alma renovada y el cuerpo cansado, así volvíamos a Buenos Aires. Enriquecidos de tan linda experiencia, felices de haber podido estar ahí, planeando la oportunidad de volver el próximo año. Y ojalá así sea, ojalá pueda volver, año tras año, a disfrutar de este genial Cosquín Rock, que se disfruta desde el momento en que decidís viajar hasta que entras a tu casa en el regreso. O en cada historia que contás, como es mi caso ahora, que me transporto a esos momentos y esas ganas empiezan a meterse en mí, las ganas de ir otra vez.

Salta la Banca, Las Pastillas del Abuelo, Las Pelotas y Ciro y los Persas, aplaudidos por multitudes
Les dejo este video, un especial del festival conducido por José Palazzo

      




0 comentarios (+Querés agregar el tuyo?)

Publicar un comentario